MENSAJEROS ALADOS
El sol naciente entibiaba los prados, las gotitas de rocío centelleaban en una multiplicidad de colores. Una flor estiraba perezosamente sus pétalos, era aun demasiado temprano. ¿Vendrán hoy los visitantes? Los esperaba con la mesa tendida con un mantel de bello color, con fuentes rebosantes de néctar, las anteras rasgadas luciendo su polen dorado y lanzando al aire un delicioso aroma. Pero nadie llegó, el día se tornó fresco y el viento azotó sin descanso; el sol finalmente se negó a salir de atrás de las nubes; muy mal tiempo para visitantes alados. Al día siguiente las circunstancias habían mejorado; el sol ya disipaba el rocío con su calorcito y el viento había amainado durante la noche.
En el prado otras flores desplegaban sus encantos con la misma esperanza de visitantes; mejor así, lo que la flor quería era que los alados mensajeros trajeran y llevaran el polen de aquí a allá. Finalmente un zumbido la alertó a la llegada de alguien, una abejita de color verde metálico se detuvo en una flor vecina y luego se aproximó a ella y se posó en sus pétalos. Con muy buen sentido la flor había indicado el camino al néctar con un trazado de líneas más oscuras y ricas en el perfume favorito de los visitantes. Así, la abeja no tuvo dificultad en encontrar el néctar que buscaba; mientras así lo hacía rozó accidentalmente las anteras y un poco de polen se adhirió a los pelitos de su cuerpo. La visita fue muy breve y la abeja siguió en busca de otras flores y más gotas de néctar. La astuta flor había suministrado sólo la cantidad adecuada de néctar para sus fines. Demasiado néctar y el visitante se hubiera saciado y regresado a su hogar sin llevar su mensaje a otras flores, demasiado poco y nadie volvería a visitarla. ¿De qué sirve una flor sin sus huéspedes?
Dos o tres días más, siguió un desfile de viajeros alados, algunos eran abejitas metálicas como la primera. Otros vestían de otros colores y aún otros eran moscas de las flores Éstas se disfrazaban de abejas para engañar a los hambrientos pájaros que temen a los aguijones. No faltaron algunas mariposas y hasta un escarabajo.
La flor trataba de volver a llenar la fuente de néctar, pero a veces estaba aún casi vacía cuando algunos llegaban y se iban muy apurados con aire de fastidio. No importaba, así y todo, si llegaban a cargarse de polen, satisfacían el deseo de la flor si bien ellos no recibían el pago esperado.
Pasados esos días ya no quedaba casi nada de polen y además las anteras, cumplido su ciclo, comenzaron a encogerse y secarse; pero aún la flor seguía luciendo sus brillantes colores, echando al aire su perfume seductor y volviendo a llenar su fuente de néctar. Había entrado en otra etapa; ahora el centro de la flor se hizo un poco más abultado y en lo más profundo, dentro del ovario, las futuras semillas se preparaban para recibir polen traído de otras flores. Por eso había esperado, para no recibir el suyo propio. Al final del ovario, en la punta de un tubito había un estigma que se volvió pegajoso para recibir granos de polen. Dos o tres días más y quizás una docena de nuevos viajeros llegaron a beber el codiciado néctar; algunos venían cargados de polen de otras flores que acababan de visitar y, sin querer, rozaban el estigma dejando allí parte de su carga.
Ahora sí, la flor había completado su misión, comenzó a marchitarse, perdió la brillantez de su vestido, desapareció su aroma y finalmente los pétalos cayeron. La baya, en su centro, comenzó a crecer estimulada por las semillas fecundadas por el polen. Más tarde se volvería dulce y nutritiva, invitando a ser comida por aves u otros animalitos, sus nuevos mensajeros, así sus semillas, colonizadoras y aventureras, viajarían a otras partes, lejos de la planta madre; pero eso ya es otra historia.
Ahora sí, la flor había completado su misión, comenzó a marchitarse, perdió la brillantez de su vestido, desapareció su aroma y finalmente los pétalos cayeron. La baya, en su centro, comenzó a crecer estimulada por las semillas fecundadas por el polen. Más tarde se volvería dulce y nutritiva, invitando a ser comida por aves u otros animalitos, sus nuevos mensajeros, así sus semillas, colonizadoras y aventureras, viajarían a otras partes, lejos de la planta madre; pero eso ya es otra historia.
Beatriz Moisset. 2007
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